Autor: Miguel Torres
Tiempo de lectura: 4 minutos
“¡Pero si discriminar está mal!”
Que una persona reciba un trato preferencial sin motivo alguno puede ser considerado un acto discriminatorio en sí mismo. Pero cuando ese trato “especial” garantiza la igualdad e inclusión social de personas o grupos en situación de vulnerabilidad —excluidas de la vida en comunidad por su género, raza, origen étnico, orientación sexual, etcétera—, resulta una práctica justificable, incluso necesaria.
Ese es el fundamento y la controversia que despiertan las llamadas “acciones afirmativas”: para alcanzar la igualdad se tiene que discriminar… pero de forma positiva. O sea, ¿cómo? ¿No se supone que nos enseñaron que discriminar está mal?
Pues bien, en una sociedad tan polarizada como la nuestra, es importante enmarcar la discriminación positiva y las acciones afirmativas en un contexto de desigualdad y discriminación; de lo contrario, seguiríamos reproduciendo los mismos argumentos que, desde la ignorancia y la desinformación suelen lanzarse contra este tipo de políticas:
Eso es discriminación al revés; quieren igualdad pero terminan discriminando; si tan discriminadas están esas personas por qué se les da privilegios; ¡alguien quiere pensar en los hombres blancos heterosexuales, por favor! 🙄
El contexto SÍ importa
Partamos de algunos datos de contexto: de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS 2017) realizada por el Inegi, el Conapred, el Conacyt y la UNAM, 2 de cada 10 mujeres en México aseguran que reciben menos paga que un hombre por realizar el mismo trabajo; 2 de cada 10 personas no rentaría su vivienda a una persona indígena; 5 de cada 10 personas con discapacidad cree que sus derechos importan poco o nada; 7 de cada 10 mexicanxs están convencidxs de que los homosexuales y las personas trans son los menos respetados por la sociedad.
Como se puede observar a partir de estas cifras, México es un país de arraigadas desigualdades sociales, uno en el que las mujeres no tienen la misma oportunidad de crecer laboralmente que los hombres; en el que las personas con discapacidad son excluidas de los espacios públicos y las comunidades indígenas ven cómo sus territorios son saqueados y explotados en beneficio del capital privado.
Si no analizamos el contexto de exclusión y vulnerabilidad en el que se originan las medidas afirmativas, jamás entenderemos que, para que ciertas personas puedan vivir plenamente en igualdad de condiciones, el Estado necesita brindar recursos y apoyos especiales que contribuyan a erradicar las barreras sociales que impiden el acceso a derechos.
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Entonces, ¿todo chido con las acciones afirmativas? ¡No! También hay crítica
En 2001, Naciones Unidas definió las acciones afirmativas como un “conjunto coherente de medidas de carácter temporal dirigidas a corregir la situación del grupo al que están destinadas en un aspecto o varios de su vida social para alcanzar la igualdad”. Además, la ONU sostiene que este tipo de medidas no representan una forma de discriminación hacia grupos considerados privilegiados (léase: hombres blancos heterosexuales).
Sin embargo, la clave en esta definición es el “carácter temporal” de las acciones afirmativas. El objetivo de la discriminación positiva es desarticular las dinámicas ideológicas y materiales de la desigualdad, una vez cumplida la meta los tratos preferenciales deben desactivarse por ya no ser necesarios. Lamentablemente, esto no ocurre en México.
Pongamos de ejemplo la que quizá sea la acción afirmativa más conocida de todas: el vagón exclusivo de las mujeres. La medida comenzó en 1970, en el 2000 se hizo oficial con la asignación de dos vagones exclusivos para mujeres, en 2007 se asignó un tercer vagón con el programa “Cero Acoso” y en 2016 la medida se hizo permanente en todas las estaciones y a todas horas.
Sin embargo, las cifras nos dicen que el acoso en espacios públicos no está disminuyendo, sino todo lo contrario. De acuerdo con El Universal, en los primeros siete días de febrero [2019] se han denunciado más delitos por acoso, tocamientos y abuso sexual contra mujeres que en los últimos tres años (y no olvidemos que muchas mujeres no denuncian para no ser revictimizadas por las autoridades).
Así que… sí, el vagón exclusivo sigue siendo una medida necesaria, pero no hay una política pública integral de acompañamiento que abogue por una auténtica transformación cultural en cuanto a la erradicación del acoso en el transporte público.
Bajo esta lógica, pareciera que las acciones afirmativas son utilizadas como un mero analgésico que alivia el dolor, pero no atiende sus causas de raíz.
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